Mayencos en la cumbre del Teide

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La familia Carrión en la cumbre del Teide, con la sombra de la montaña a sus espaldas.

Si hace unos días ondeaba el banderín de Mayencos en la cima del Mulhacén, en esta ocasión le ha tocado a la cumbre más alta de España, el Teide, y también de manos de la familia Carrión, que desde hace años viene representando al Club de manera muy activa. Se encontraban visitando a la familia en Gran Canaria, y aprovecharon para pasar a la vecina isla de Tenerife para subir los 3718 metros del Teide.

Ésta es la crónica de su ascensión, que os servirá también para conocer un poco más la geología de este volcán. Es larga, pero también muy enriquecedora.

«Estamos pasando unos días en Gran Canaria con la «family», y pillamos un barco para ir a Tenerife. Es un trayecto de hora y veinte, pero nos encontramos muchísimo viento y una mar bastante complicada. El resultado es que todos mareamos bastante, con muchas vomitonas, y desembarcamos en Tenerife muy tocados, reventados y sin ganas de nada.

Del tirón nos vamos hacia el Parque Nacional porque la idea de hacer la ascensión desde la cota cero, es decir, desde mar a pico, salvando así los 3718 metros, se transforma en hacerlo desde la base de la montaña, aproximadamente a unos 2000 metros de altitud.

Entrar en el Parque Nacional de Las Cañadas del Teide es algo tremendamente sobrecogedor, y no exagero lo mas mínimo, ya que pasas de subir y atravesar una masa forestal propia de un bosque de Canadá, a introducirte en una superficie roja y negra cual paisaje marciano. Entras en un cráter de oroporciones gigantescas, que marca el contorno del que fuera uno de los mayores volcanes que jamás han existido sobre la Tierra, y que acabó desplomándose al producirse un deslizamiento en la corteza de la isla, que no fue capaz de soportar su peso, cayendo hacia el océano y formando una especie de rampa que se sumerge hasta el abismo. Ese deslizamiento fue el que formo el Valle de la Orotava.

Pues bien, paramos unos minutos ante semejante espectáculo, con idea de que el equipo se recupere un poco. Los ánimos están muy bajos y nadie tiene ganas de cargar una mochila y ponerse a andar bajo un sol de justicia. Una vez que alcanzamos la zona de Montaña Blanca dejamos el coche y empezamos a caminar por una pista que nos introduce de pleno en ese paisaje desolado y estéril, en el que el tiempo parece detenido. Apenas se oye nada. Tenemos al astro rey en posición cenital y nos castiga de lo lindo. Suerte que un viento suave y fresco del Norte nos da algo de tregua.

En todo momento tenemos a la vista nuestro objetivo, con su mágico cono cimero. Cerca y lejos a la vez, porque si algo aprendió mi familia la semana pasada es que en la montaña, y más en la alta montaña, aquellas cosas que parecen estar cerca, realmente están muy lejos. Comenzamos bien, a pesar de lo sufrido apenas un par de horas antes. Cargamos mucha agua, ya que en el Refugio de Altavista solo hay botellas de 1/2 litro en maquina y a 3€. Poco a poco el equipo se desinfla, ya que tan solo yo comí antes de salir, y tanto Alejandro como Hellen y Elo, no habían tomado nada solido desde el episodio del barco.

Son cerca de las 13 horas y el sol es muy fuerte. Esta parte del recorrido transcurre por una pista que va ganando altura de manera suave y constante por la cara Este de la montaña. Periódicamente, la pista hace un bucle y vuelve a girar para ir ganando altura. Seguimos avanzando ya callados. Aproximadamente cada 30 minutos paramos a beber unos sorbos, comer un trocito de barrita energética, o alguna gominola, de esas de Powerbar. Por suerte una de las mochilas es una nevera portátil de camping y el líquido esta frío.

Llegamos a una zona dominada por unas bolas gigantes de basalto. Las llaman los Huevos del Teide, porque eso parecen. Yo le cuento a Hellen de que son huevos de dragón petrificados. Estos huevos se formaron cuando fragmentos grandes de una colada, adelantaban a ésta, y en su avance iban rodando por lava aún fundida, por lo que de esta manera iban agregando material a la misma, al igual que sucede en las bolas de nieve.

Termina la pista y comienza la subida de verdad. Hasta aquí hemos recorrido unos 5 kilómetros y ganado cerca de 300 metros de desnivel positivo. Ahora la pista cambia a una senda infinita que se pierde en la ladera del volcán, del que ya no vemos su cráter cimero, al estar tan pegados al mismo. Es una subida dura y bastante vertical, el sol sigue castigando y de vez en cuando entramos en zonas al socaire. donde nos quedamos sin ese viento del Norte. Son momentos duros y toca sacar todas mis dotes de psicólogo para que la tropa no desista.

Elo va bastante mal, apenas habla y solo bebe. Hay un momento en que le da como un ataque de ansiedad, por la impotencia de verse tan tocada. Nos decimos que hay que subir poco a poco y eso hacemos. Ahora vamos separados, cada uno sigue su propio ritmo y hacemos paradas donde nos reagrupamos, rehidratamos y seguimos. Yo me quedo con Hellen, contándole historias de enanos que viven en grutas y minas dentro del volcán, y que fuman pipas, que son las que producen las fumarolas que se ven en el cráter de la cima. A veces no lo consigo y se desmorona entre sollozos, pero sabe perfectamente que estamos aislados en la ladera de un volcán y que nuestra única salida es por arriba. Hablamos sobre lo que vamos a hacer en el refugio cuando lleguemos…

A medida que ganamos altura va cambiando el tipo de materiales que vemos, pasando de la piedra pómez a la antracita, coladas de basalto, etc. Escalar esta montaña sin tratar de comprender y aprender su geología y formación, es algo que no concibo.

Y así seguimos poco a poco, parece que no termina de hacer zetas esta senda que nos lleva a lo mas alto.
Ultima pala por una colada que desde muy abajo parecía lodo, pero nada mas lejos. Cuando Hellen vuelve a desmoronarse conseguimos ver la chimenea del Refugio de Altavista. Lo hemos conseguido, son cerca de las 16:00 horas y ahora toca descansar un poco y comer. Esta claro que el hecho de conseguir salvar esos casi 979 metros de desnivel ha dado un «input» de motivación, y la seguridad del refugio hace que vuelvan los ánimos. Aún queda una subida de unas dos horas hasta la cima con un desnivel importante. Estamos a 3260 metros y se nota la falta de oxígeno. Nos duele la cabeza, se nos secan las mucosas y necesitamos beber mucho.

Mientras Alejandro y las chicas descansan, me lanzo montaña arriba en busca de una cueva helada. Sigo subiendo por un caos de rocas y bloques de basalto inmensos que forman una especie de ríos. Me paro a recuperar el aliento y trato de imaginarme como tuvo que ser aquel momento en que todo sucedió… Me siento embriagado por la presencia del volcán, que ya me muestra su cráter final y que parece puedo tocar. De su cima emanan las fumarolas de azufre, así como de numerosas oquedades de sus laderas, recordándonos que el gigante sigue vivo y dormitando. Consigo encontrar la entrada a la cueva, que no deja de ser un tubo volcánico cuya bóveda se ha desplomado de manera parcial. La entrada hay que hacerla por una vieja y destartalada escala metálica con muchos años e inviernos ya en su haber. Llego al fondo y enciendo el frontal. La temperatura ha descendido mucho, hace frío allí dentro, donde distingo numerosos neveros de nieve y hielo. Me maravillo ante la posibilidad de que allí dentro aun se conserve nieve y hielo, a pesar de que fuera la temperatura es alta, a pesar de que fuera el paisaje es de tierra calcinada. Exploro el interior de la gruta y varias galerías. Me apasionan las cuevas y el hecho de pensar de que puedo ser el primer ser humano que las visita, pero sé que en este caso no es así, ya que esta cueva se empleaba antiguamente como deposito de nieve, que se llevaba en burros hasta el Valle de la Orotava.

Regreso al refugio y parece que se va animando con un lleno total. Solo hay un guarda que da entrada a los usuarios que han hecho reserva (bueno, hecho y pagado), ya que de lo contrario no se puede pernoctar. Muchos franceses, algún alemán, españoles, un par de americanos y unos pocos Mayencos. El guarda asigna las camas y controla un poco aquello. Habla cinco idiomas y lo hace muy fluido. Existe una cocina equipada con menaje y por allí nos vamos despachando cada cual como puede. No hay duchas y dicen que el agua no es potable, pero yo se que sí lo es, y aprovechamos para rellenar y salir otra vez con «full tank».

Cenamos pronto, preparamos las camas y las mochilas con el material para el día siguiente. La idea es levantarse a las 4:00, prepararse, desayunar y salir a las 05:00. La noche se hace dura porque apenas pego ojo, aquejado de una fuerte cefalea que no remite.

Suena el despertador y todos muy organizados cumplimos con lo establecido. Les explico que en la montaña no hay carreras o competiciones, pero que sí que debe de haber una disciplina de cordada, de equipo, donde muchas veces la velocidad es seguridad.

A las 04:50 estamos saliendo, no hace mucho frío (7°C), pero sopla algo de viento, lo justo para tener una sensación térmica algo menor. A la luz de nuestros frontales y de un cielo estrellado como pocas veces puede verse, vamos ganando altura poco a poco. Se nota el descanso aunque haya sido malo. Se nota la comida, la hidratación, y la moral vuelve a ser alta. En un momento, Alejandro se me acerca y me confiesa que tiene muchas ganas de hacer cima. Me encanta verlo motivado por algo así. El va delante, le sigue Elo, Hellen y yo al final, de cierra filas.

Paramos cada poco a recuperar el aliento y echar algún trago. Le voy contando cosas a Hellen para irla distrayendo del esfuerzo que esta realizando. Me dice que le duele el pecho, la cabeza, que el corazón le late muy deprisa, que le falta el aire. Seguimos y seguimos hasta que llegamos en menos de una hora a la estación del teleférico del Teide. Todo esta a oscuras y apagado. Somos afortunados de disfrutar de la montaña para nosotros solos.

Accedemos al Sendero Telesforo, que es el que da acceso al cráter de la cima. El olor a azufre es muy fuerte y las rocas del suelo están calientes. Hay muchos agujeros donde introduces la mano y te puedes llegar a quemar. Hellen lo sufre por momentos. Pero seguimos subiendo despacio. A medida que nos acercamos a la cima me vienen recuerdos de otra vez que estuve allí.

Ya estamos junto al cráter. Vuelvo a extasiarme. Le digo a Hellen que ya estamos arriba. Elo y Alejandro nos esperan. Nos agrupamos y nos abrazamos, pero no con muchos sentimentalismos porque el lugar nos eclipsa. Buscamos una zona a resguardo del viento esperando el amanecer. El suelo esta caliente, tanto que Hellen llegó a quemar el chaquetón de plumas. Aun tarda cerca de 40 minutos en despuntar el sol. No dejamos de mirar a todos lados a medida de que la claridad del alba lo va iluminando todo. La isla de La Palma, La Gomera, el Hierro… Gran Canaria…

Pero el momento mágico fue cuando el sol sale por el horizonte y empieza a proyectarse la gigantesca sombra del Padre Teide en el oeste. Grabamos la imagen en nuestra retina. Sacamos fotos y desplegamos el banderín de Mayencos en homenaje y recuerdo a esos 10 años que hace de que unos Mayencos hollaran la cima del GII. Un simple gesto pero lleno de cariño.

Insisto en que las imágenes son únicas mires donde mires. No queremos bajar de allí pero sabemos que antes o después debemos hacerlo, ya que el descenso es largo y no queremos sufrir los estragos del calor que ya empieza a notarse. Así que, sin dejar de darnos la vuelta cada pocos pasos para contemplar al gigante, vamos perdiendo altura, sin prisa pero sin pausa. Paramos en el refugio, donde nos desprendemos de toda prenda larga, volviendo a los «shorts» y las mallas.

La bajada es dura, con una caída de Alejandro y otra de Hellen, que se tuerce el tobillo. A ella aún le tocaría vivir momentos duros, teniendo que dar lo mejor de sí misma para ir salvando los obstáculos.

A medida que dejamos la ladera y retomamos la pista que nos lleva a Montaña Blanca, los ánimos eclosionan y el orgullo de todos brilla en las sonrisas. Ellos quizá no lo sepan, pero es un sentimiento que conozco muy bien. La satisfacción de hacer cosas difíciles, de pasarlo mal y seguir adelante, de tocar fondo y levantarte…

No se si seremos buenos o malos padres, pero hemos tratado en todo momento enseñarles que hay un mundo increíble mas allá de la TV y de la Play Station, o del Whatssap y el teléfono móvil. Que habiéndolos sacado de su zona de confort aprendan a valorar cosas sencillas como un vaso de agua o un lecho donde descansar.

Acabamos la aventura comiendo muy bien en un Guachinche chicharrero, donde fuimos agasajados con comida casera muy rica, con un vino de la casa muy refrescante, un postrito y una generosa propina que el bueno de Alejandro se encargo de dejar.

Siempre en todo momento llevamos con nosotros el recuerdo de los Mayencos, a los que muchas veces ponemos cara y nombre por haber vivido con ellos momentos inolvidables y sencillos, que son al fin y al cabo los que realmente enriquecen.

Vaya por ellos pues, la dedicatoria de esta ascensión.

¡Hala pues!»


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